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23. El doctor Alfredo Barrera Marín: un gran científico y humanista mexicano
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Mi primer contacto con Alfredo Barrera se remonta a 1957. Eran otros tiempos. En esa época, el doctor Barrera -distinguido biólogo del Instituto Politécnico Nacional y maestro de la misma institución-, fue invitado por las autoridades de la Facultad de Ciencias de la UNAM a impartir un curso de Protozoología. Entonces, quizá como ahora mismo, se requería sangre nueva, maestros con ideas originales, con experiencias distintas y prestigio.
En ese tiempo, Barrera gozaba de una gran reputación por su trabajo como zoólogo y también en la Comisión para la Erradicación del Paludismo. Su amplia cultura en el campo de la biología ya era conocida y apreciada.
En esos días yo era ayudante de profesor de la Facultad y fui seleccionado para auxiliarlo en las clases de laboratorio. Fue una época muy complicada en su vida, ya que se encontró con un pequeño grupo universitario chovinista de la Facultad de Ciencias que rechazaba la llegada de personal de otras instituciones. Sus alumnos y muchos profesores no estuvieron de acuerdo con esa posición, ya que esa actitud no ayudaba a la mejoría de la enseñanza. Sin embargo, los críticos ganaron y el doctor Barrera no permaneció en la Universidad.
En estas difíciles condiciones traté por primera vez a Alfredo. Supe de su integridad, su orgullo, su optimismo; su enorme capacidad de trabajo y su calidad como maestro. Fruto de este controvertido curso de Protozoología fue el doctor Carlos Machado Allison, único discípulo en ese campo y en quien Barrera sembró la inquietud de la investigación zoológica. Machado hizo posteriormente una carrera académica brillante y ocupó puestos de responsabilidad en Venezuela. A partir de esa fecha me unió una creciente amistad con él, que sólo fue interrumpida por su fallecimiento (1926-1980). Aunque posteriormente nos mantuvimos en contacto, no volvimos a colaborar sino hasta diez años después, cuando en 1967 formamos el Consejo Nacional para la Enseñanza de la Biología (CNEB).
Alfredo Barrera fue un entusiasta y dinámico fundador de este Consejo y su nombre apareció en diversas obras publicadas por el CNEB, incluyendo libros de texto y manuales de divulgación. La última obra que dejó prácticamente terminada fue la dirección de una serie de fascículos sobre temas selectos de la biología, que el Consejo publicó con la colaboración de distinguidos científicos mexicanos para la Secretaría de Educación Pública.
No creo necesario hablar más sobre la contribución de Alfredo ante el CNEB, ya que su obra está ahí, disponible para todos. Lo único que quiero resaltar es quizá una de sus cualidades más importantes como biólogo: su amplio conocimiento sobre la materia, que le permitió abordar con profundidad una gran diversidad de campos de la biología y de disciplinas relacionadas.
Quizá dicha preparación obedeció a su formación de biólogo en la escuela europea, bajo la enseñanza de distinguidos maestros españoles refugiados que tanta influencia positiva tuvieron en la biología mexicana. Esta amplia cultura le permitió participar en la colaboración de textos para el Consejo en áreas para las cuales a veces no teníamos especialistas y él siempre se ofrecía para escribirlos, y lo hacía muy bien.
Esta relación por medio del CNEB estrechó aún más los lazos de amistad y compañerismo que siempre nos unieron. Muchas horas hablamos sobre la enseñanza y el estado actual de la biología en México, sobre los problemas de nuestra ciencia en el país y su futuro. Compartíamos diversos puntos de vista, diferíamos en otros, pero siempre predominaba el optimismo de Alfredo, su afán de luchar y buscar salidas a los problemas. Conocí de viva voz sus frustraciones, luchas, fracasos y éxitos en varias instituciones en las que él colaboró y también conocí y admiré su fuerte convicción nacionalista para todo lo relacionado con la ciencia.
Otra actividad en la que colaboré con Alfredo Barrera fue en la Academia de la Investigación Científica, durante la época en que fue electo vicepresidente y posteriormente presidente de la misma (1966-1967). En dicha Academia, como sucede hasta la fecha, el presidente en turno nombra a un secretario de su confianza para colaborar con él en las actividades de la misma.
Alfredo me invitó a ser secretario de la Academia y acepté con gusto. Considerábamos que era un momento importantísimo, puesto que el hecho de que un biólogo por primera vez llegara a la presidencia de nuestra máxima asociación científica del país brindaba la posibilidad de hacer alguna labor trascendente en este campo de la ciencia. Considero que este fue uno de los períodos más interesantes de la vida de Alfredo Barrera y probablemente la menos conocida.
Dado que tuve la oportunidad de vivirla con él, quisiera comentar algunos aspectos: una de sus mayores preocupaciones era la falta de una política científica gubernamental mexicana para apoyar la investigación y la formación de personal.
La apatía con la que el gobierno federal trataba a la ciencia y a los científicos lo llevó a buscar un acercamiento con un amigo a quien él siempre estimó muchísimo y quien en esa época era el director del Instituto Nacional de la Investigación Científica (INIC), el ingeniero Eugenio Méndez Docurro.
De las pláticas sostenidas con él, se acordó unir los esfuerzos de la Academia con los del INIC. El ingeniero Méndez Docurro solicitó que se preparara un plan y un presupuesto para desarrollar un proyecto que podría ser presentado al próximo candidato a la Presidencia de la República, el licenciado Luis Echeverría Álvarez.
La Academia reunió a un grupo selecto de científicos y elaboró dicho proyecto con la posibilidad de que lo desarrollara la Academia o el propio Instituto. El trabajo inicial fue entregado al ingeniero Méndez Docurro durante una reunión en el restaurante San Ángel Inn, en donde asistieron tanto la mesa directiva como distinguidos miembros de la comunidad científica.
Es importante subrayar que la iniciativa fue presentada gracias al empuje de Alfredo como presidente de la Academia. En esos meses se terminó su gestión y otras personas formaron la nueva mesa directiva de la Academia.
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Doctor Alfredo Barrera Marín. Tomada de: Revista de la Sociedad Mexicana de Historia Natural, Vol. 20. Pág. 5. 1959. |
El seguimiento de esta iniciativa me es desconocida, pero los resultados fueron muy claros: el presidente Echeverría creó el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y como primer director de este Consejo nombró al ingeniero Méndez Docurro. Los dos presidentes siguientes de la Academia, doctores Ismael Herrera y Raúl Ondarza, fueron nombrados ya por el grupo directivo del recién creado CONACYT.
Con lo descrito anteriormente no quisiera afirmar que la idea de formación del CONACYT hubiera sido de Alfredo Barrera; sin embargo, deseo dejar para la historia mi testimonio de la función que desempeñó en la creación de ese organismo y que seguramente es poco conocida en nuestro medio científico.
Dentro del CONACYT se iniciaron los comités de Ciencias. El Comité de Biología lo presidió -por invitación del ingeniero Méndez Docurro- Alfredo Barrera, quien me invitó a formar parte del mismo y a encargarme del área relacionada con la botánica. Había que presentar sugerencias y recomendaciones al director del CONACYT.
Durante la dirección del ingeniero Méndez trabajé con Alfredo en el Comité de Biología y creo que se sentaron las bases para realizar una serie de acciones que posteriormente tuvieron gran trascendencia, como fue el apoyo a la ecología, a los estudios florísticos y especialmente a los biólogos en México que, en el pasado, habían sido desatendidos de forma notable. En ese tiempo se logró que México entrara al programa MAB de la UNESCO, lo que le daría al recién formado CONACYT un papel internacional en el campo de la conservación de la naturaleza.
Nuestra relación fue haciéndose cada vez más estrecha y en nuestras largas pláticas comentábamos acerca de la problemática que se veía venir para la biología en el país, así como sobre la excesiva centralización de la investigación biológica en unas pocas instituciones mexicanas, lo cual a la larga podría ser sumamente peligroso, ya que vaivenes de carácter político o económico podrían desbaratar con gran facilidad la infraestructura científica que tanto trabajo le estaba costando al país desarrollar.
Alfredo fue testigo y actor de muchos de estos asuntos. Le preocupaba el enorme problema que tenían las ciencias biológicas por la inestabilidad de las pocas instituciones dedicadas a ellas y la falta de oportunidades para las nuevas generaciones. Conversábamos sobre las posibilidades de crear nuevos centros de investigación y enseñanza, que ofrecieran alternativas de trabajo a los científicos mexicanos en el área biológica.
En 1973, en la Facultad de Ciencias se estaban haciendo cambios que se antojaban revolucionarios. Fue la época de la creación de los consejos departamentales. Tuve la oportunidad de formar parte del primer Consejo Departamental y fue en esta ocasión que se habló de la importancia de incorporar en la Facultad de Ciencias a investigadores del más alto nivel, que vinieran a resolver algunos de los graves problemas derivados de la carencia de personal calificado.
En esa ocasión propuse a Alfredo Barrera como candidato para integrarse al cuerpo docente de la Facultad de Ciencias. Esta propuesta se basaba en mi conocimiento de su gran capacidad y prestigio y en lo que podría aportar. También sabía de su desacuerdo y cansancio por su lucha sin éxito para convertir al Museo de Historia Natural de la Ciudad de México en un centro nacional de investigación.
Una serie de acontecimientos se conjuntaron en 1974 y Alfredo dejó el Museo de Historia Natural y pasó a la Facultad de Ciencias, para formar el laboratorio de Biogeografía e iniciar una nueva etapa en su vida científica, pues decidió cambiar su interés en la entomología por la botánica; en específico, por la etnobotánica.
Siempre tuvo un gran apego por el área maya, quizá porque sus raíces estaban ahí. Su padre fue el doctor Alfredo Barrera Vásquez, antropólogo mayista de enorme prestigio, quien seguramente influyó para que su hijo cambiara de interés hacia la etnobotánica. Con esto, Alfredo tuvo algo que deseaba: volver de nuevo a la investigación científica, dar cursos, tener discípulos y hacer investigación. Su mayor ambición era trabajar en el área maya; la pudo lograr gracias a su estancia en la Facultad de Ciencias de la UNAM y al apoyo del CONACYT.
Durante su gestión en la Facultad de Ciencias tuvimos, igual que siempre, una estrecha comunicación; conoció con todo detalle los planes originales y objetivos del Instituto de Investigaciones sobre Recursos Bióticos (INIREB), que se gestó dentro del CONACYT y eventualmente se formó con el apoyo del gobierno del Estado de Veracruz.
La idea que discutimos ampliamente y en largas sesiones fue su incorporación a esta nueva institución, para que juntos pudiéramos alcanzar las metas que siempre habíamos anhelado: contar con una institución biológica fuerte en provincia, sólida científicamente, ligada con las necesidades nacionales, que fuera una opción real de trabajo para los investigadores en el área biológica y que generara nuevas ideas y actividades, conjugando los aspectos netamente biológicos con los sociales y productivos.
En la formación inicial del INIREB invité a Alfredo a incorporarse de inmediato. Sin embargo, él no aceptó, a pesar de que la idea que juntos habíamos platicado por tantos años se hacía por fin realidad. Tuvo varias razones para no hacerlo, entre las cuales estaba que no quería dejar truncados los compromisos de trabajo adquiridos con la Facultad de Ciencias. A esto se unieron motivos personales que pospusieron su integración al Instituto durante dos años.
Cuando finalmente logró incorporarse al INIREB, lo hizo solo por una corta estancia; sin embargo, su presencia fue decisiva para nuestra institución, ya que su personalidad y prestigio la enriquecieron notablemente. Esto me dio nuevamente la oportunidad de trabajar en forma cercana con él en su muy fructífera estancia dentro de nuestro Instituto.
Desde su llegada, Alfredo decidió trabajar en dos áreas: la creación de un programa de formación académica, que incluyó la creación de una maestría en Ciencias (en manejo y conservación de recursos bióticos); y la planeación y ampliación del proyecto Etnoflora yucatanense, que por varios años había quedado pendiente. En ambos proyectos dejó una honda huella en nuestro Instituto y quizá también en nuestro país. Mencionaré algunos de los hechos más relevantes de su estancia en el INIREB y la herencia que nos dejó.
Por lo que toca a nuestra maestría en Ciencias en Ecología y Recursos Bióticos, incorporó en ella una característica única, que fue introducir en el programa la enseñanza de la economía y de las ciencias sociales. La idea era que los alumnos pudieran tener información y nuevos instrumentos para ser aplicados a la realidad social de nuestro país. En este sentido, me permitiré transcribir un par de párrafos de la introducción escrita por Alfredo sobre la maestría en Ciencias, que expresa de forma muy clara cuál era su concepto de lo que debería ser el papel del científico del área biológica dentro del contexto nacional:
“La motivación para ofrecer cursos de posgrado en el campo de la ecología y los recursos bióticos se encuentra en la sencilla reflexión de que el desarrollo del país se basa en el aprovechamiento de sus propios recursos naturales; de que para aprovecharlos hay que conocerlos, y de que para conocerlos es menester llevar a cabo investigación científica y tecnológica.
“Por otra parte, y dado que nos referimos a los recursos bióticos, es necesario tener en consideración que el desarrollo del país involucra a las comunidades campesinas y a cómo éstas han manejado, manejan y manejarán sus recursos. Por tanto, la investigación científica y tecnológica mencionada no puede estar desligada de los modos de pensar, conocer, hacer y vivir de dichas comunidades.
“La preparación que se pretende dar en los estudios de maestría (que imparta el Instituto) no puede quedar enmarcada tan sólo en lo clásicamente considerado como ciencia básica. En nuestro caso, la biología o la ecología básicas deben referirse a lo que el hombre considera como recursos, y de ellos particularmente a los recursos bióticos; por tanto, no puede dejar de penetrar en los campos de la economía y de las ciencias sociales.”
Es importante señalar que para Alfredo Barrera, la formación de recursos humanos debía estar ligada a un gran respeto por el conocimiento empírico de los grupos étnicos mexicanos.
En este sentido, él propuso una idea que a la fecha no hemos podido llevar a cabo: hacer un reconocimiento académico, por medio de los canales formales, a aquellas personas que tienen un amplio conocimiento de los recursos bióticos regionales.
En mi opinión, el papel que desempeñó Alfredo en darle esta dirección a nuestro programa de formación académica y a la maestría en Ciencias fue fundamental.
En lo que respecta a la investigación, proyectó e inició los trabajos relacionados con la Etnoflora yucatanense. La importancia de su trabajo fue notable, ya que permitió abrir una nueva línea de investigación florística para el país, tanto en el aspecto geográfico como en el conceptual, al incluir dentro de un programa de tipo florístico toda una línea de investigación etnobotánica y sus vínculos con la etnolingüística.
Obviamente, en este campo Alfredo se vio fuertemente influenciado por su propio trabajo en la región de Cobá, publicado en colaboración con su padre, el eminente lingüista maya Alfredo Barrera Vásquez, y una alumna suya.
De hecho, el trabajo en Cobá, realizado desde su laboratorio en la Facultad de Ciencias de la UNAM, fue el cimiento del proyecto de la Flora yucatanense, que posteriormente el INIREB desarrolló con grandes esfuerzos, tratando de seguir los lineamientos originales planteados por él.
Hubo otra área en la que Barrera Marín tuvo un ascendiente insustituible dentro de las actividades de nuestro Instituto, y fue su colaboración como director adjunto académico. Como tal, su principal trabajo consistía en asesorar a la dirección del Instituto y a los programas del mismo en los aspectos netamente académicos, que incluían la formación de personal. En particular, exigía que la investigación que se realizaba en el INIREB fuera de buena calidad y, de ser posible, que mantuviera un sentido social. Su objetivo fue siempre el de cambiar el rumbo del país hacia mejores condiciones.
Su insistencia en lo que respecta al compromiso social del científico con los grupos marginados era su obsesión, como también lo era su rigidez académica en relación con los trabajos científicos. Su constante crítica, en ocasiones muy dura, a la dirección que el INIREB tomaba en algunas áreas, fue siempre una excelente guía que nos hacía retomar y replantear algunos proyectos y pensar en las implicaciones de carácter académico, social o político que en un momento dado se nos hubieran escapado.
Su perspicacia, nutrida por su gran cultura biológica, su vocación nacionalista y su visión de un México mejor para todos fueron, sin duda alguna, características difícilmente medibles para aquellos que, como yo, tuvimos la oportunidad de conocerlo. Sólo puedo decir que ojalá en nuestro país tuviéramos muchos Alfredos Barrera, con esa visión tan clara respecto a nuestra ciencia, a nuestro país y al compromiso que debemos tener para él.
Para terminar, solamente quiero agregar que la huella que dejó Alfredo es profunda y su influencia en el desarrollo de las ciencias biológicas en México fue de enorme importancia a través de sus investigaciones, de sus cátedras, de sus amigos e incluso de sus críticos. Su fuerte personalidad, su enérgica actitud analítica, su honestidad profesional y su sabiduría -cualidades tan escasas en una sola persona- hicieron de Alfredo Barrera uno de los pilares de la construcción del México nuevo que él, y muchos de sus cercanos colaboradores y amigos, anhelamos para el futuro.
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* Texto presentado en la facultad de Ciencias de la UNAM, en febrero de 1981, con motivo del homenaje realizado al doctor Alfredo Barrera Marín (q. e. p. d.).
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