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Mi vida en las selvas tropicales

12. La beca Guggenheim

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En 1963 se dio uno de los momentos más importantes de mi carrera y de mi vida. El doctor Miranda me llamó para decirme que valía la pena que me fuera una temporada al extranjero para escribir sobre los proyectos que habíamos venido trabajando en el trópico y, de ese modo, aprovechar las posibilidades para conocer otras instituciones, continuar mis estudios sobre ecología tropical, visitar los jardines botánicos de Estados Unidos y traer algunas ideas para el Jardín Botánico de la UNAM. Él pensaba que, por el trabajo que había realizado hasta la fecha, podía ser candidato a la Guggenheim, una beca que él había tenido hacía poco tiempo para llevar a cabo estudios sobre la vegetación y flora arbórea del trópico en la Smithsonian Institution de Washington.

La sola posibilidad de que el doctor Miranda confiara en que yo podría ser candidato a esa beca fue un gran honor. Me sugirió formular un proyecto de investigación que, al concluir, constituyera mi tesis doctoral. A mí me pareció interesantísima la oportunidad, sobre todo cuando me informé con mayor detalle sobre lo que significaba esta beca. No lo podía creer, se trataba de un reconocimiento de gran reputación y enorme prestigio, nada fácil de obtener. Sin embargo, si en opinión del doctor Miranda yo podía lograr algo, debía intentarlo a toda costa y así lo hice.

Mediante esta beca, el beneficiado podía elegir en dónde hacer sus estudios. El doctor Miranda me sugirió concentrarme en una sola institución: la Universidad de Harvard, primordialmente porque ahí laboraba la doctora Bernice G. Schubert (1913-2000), especialista en el género Dioscorea. Ella era muy amiga del doctor Miranda y yo la conocía por haberla acompañado en un viaje al sudeste de México, en busca de plantas con nuevos alcaloides. Era una persona muy estimada y reconocida en el medio académico norteamericano, en especial en la Universidad de Harvard, y había sido becaria Guggenheim.

El doctor Miranda me dio una carta de recomendación que fue definitiva ante la Fundación Guggenheim para obtener la beca. Su influencia y prestigio fueron decisivos, ya que él llamó a varios de sus colegas botánicos norteamericanos para que me dieran también una carta de recomendación. El Jardín Botánico de la UNAM me otorgó su apoyo institucional.

Envié mi propuesta y esperé los resultados. Más tarde, me enteré de que las personas que con toda seguridad mandaron cartas de apoyo para mi proyecto fueron el propio doctor Miranda, la doctora Schubert y el doctor José Cuatrecasas, un español republicano que llegó a los Estados Unidos y se estableció en la Smithsonian Institution de Washington como uno de los grandes botánicos especialistas en plantas de la flora colombiana y conocedor de la flora tropical americana.

A fines de 1963 recibí la carta de respuesta de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, en donde me decían que había obtenido la beca y que podía disponer de los recursos a partir de enero de 1964. Esto me permitió llevar a cabo las investigaciones que dieron fruto en mi tesis doctoral, y fue el inicio también de mis interacciones con una universidad del primer mundo. Fue una circunstancia que, sin lugar a dudas, cambio mi vida. En ese año tuve contacto con el doctor Miranda solo por correo. Le informaba periódicamente de mis estudios y él me enviaba consejos y sugerencias.

Mi estancia en la Universidad de Harvard

La carta de aceptación de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation para otorgarme la beca llegó en el momento apropiado, puesto que necesitaba decidirme sobre lo que yo quería para mi futuro, en especial sobre mis actividades profesionales y académicas.

 

The Harvard University Herbaria
The Harvard University Herbaria. Autor: Gustavo A. Romero, Keeper Orchid Herbarium of Oakes Ames, Harvard University Herbaria. 08/2016.

 

Esta beca me daba la oportunidad de vivir una experiencia en una universidad norteamericana, lo cual me interesaba desde hacía tiempo. Por fin, mi idea de realizar una estancia en el extranjero para conocer un ambiente académico fuera de México se vio por fin satisfecha al obtenerla; y aún mejor, también era posible contar con una estancia en una de las mejores, si no es que en la mejor universidad de los Estados Unidos: en Harvard.

Acompañado por mis hijos y mi esposa, en pocos meses organizamos nuestro viaje a Estados Unidos. Debo reconocer el apoyo y afecto que recibimos de la doctora Bernice G. Schubert, investigadora del Arnold Arboretum de Harvard. Su ayuda fue fundamental para que todo se nos facilitara y se me abrieran las puertas en esa institución. Ella se encargó de arreglarnos prácticamente todo para nuestra llegada: nos consiguió un departamento y con su intervención compramos -por 180 dólares- todos los muebles de un investigador argentino que había regresado poco tiempo antes a su país. Así obtuvimos el refrigerador, la lavadora, la estufa y hasta camas, sillas y demás enseres necesarios para instalarnos en nuestro nuevo hogar.

Como es de imaginarse, el mobiliario era viejo y estaba en condiciones bastante lamentables y casi digno de exhibirse en un museo; sin embargo, Norma, mi esposa, pudo -con imaginación y algo de recursos- ir arreglando y transformando nuestro pequeño departamento en Antrim Street.

Es importante mencionar que la beca que solicité tenía una duración de solo seis meses, sugerido así por el doctor Faustino Miranda, quien me dijo que no debía apartarme mucho tiempo de México porque estaban sucediendo muchas cosas tanto en el país como en la Universidad. Me mencionaba que era probable que se dieran oportunidades en la UNAM de puestos académicos y que yo tenía que estar presente para solicitarlos.

Yo sabía que él estaba preocupado por su propia salud, pues había tenido un infarto y estaba bajo observación médica. Por todo esto, esta primera etapa en Estados Unidos requeriría un gran esfuerzo de mi parte para poder adelantar los estudios de mi tesis doctoral. Afortunadamente todo funcionó muy bien gracias al ambiente de trabajo y en especial a las enormes e increíbles facilidades de los herbarios y bibliotecas de la Universidad de Harvard.

Me adapté rápidamente a la vida altamente disciplinada y ordenada de la institución. Tuve la oportunidad de conocer y platicar con varios profesores que tenían sus oficinas y laboratorios en el edificio de los herbarios y me dijeron que, si lo deseaba, podría asistir como oyente a los cursos que se impartían allí.

 

Agave attenuata
Agave attenuata. Autor: doctor Abisaí Josué García Mendoza. Instituto de Biología de la UNAM.

 

De inmediato me interesé en el curso de Sistemática de Plantas, que daba el profesor Reed C. Rollins (1911-1998), director del Herbario Gray (uno de los herbarios de Harvard). Disfruté muchísimo el curso, ya que el profesor Rollins me trataba como un alumno más y me hacía participar. Otro curso que me llamó la atención trató sobre la morfología de plantas y lo impartía el Profesor Richard A. Howard (1917-2003), director del Arnold Arboretum.

Asistí, además, a varias sesiones del famoso curso-seminario “a la hora del lunch”, que daban los distinguidísimos profesores George G. Simpson (1902-1984) y Ernst W. Mayr (1904-2005) sobre la evolución. Mi gran ventaja era que asistía por el gusto de aprender cosas nuevas y no por la obligación de cursar o pagar los créditos, lo cual habría implicado mucha presión, haciendo totalmente diferente mi estancia en la Universidad. De este modo, la experiencia fue extraordinaria porque aprendí muchísimo, al mismo tiempo que pude crear una buena y duradera relación con distinguidos maestros.

Al mes de haberme establecido, el famoso etnobotánico y profesor Richard E. Schultes (1915-2001), director del Museo Botánico de Harvard y presidente del New England Botanical Club (una sociedad para aficionados y profesionales de la botánica de Nueva Inglaterra, exclusivo para hombres, aunque posteriormente también dieron acceso a mujeres), me pidió que pasara a platicar con él.

La razón de su interés era porque sabía que yo había trabajado con el género Agave (que incluye a todos los magueyes) y establecido la colección de plantas vivas de este género en el Jardín Botánico de la UNAM, además de conocer que yo había publicado un artículo sobre estas notables plantas.  Me invitó a dar una plática al respecto en una reunión del New England Botanical Club. Acepté su invitación, ya que tenía preparada una presentación en español que había dado en la Sociedad Mexicana de Cactología. Lo que hice fue traducirla al inglés.

Mi presentación fue muy bien recibida y a ella asistió el ingeniero Antonio Marino, un estudiante mexicano del profesor Schultes que pensaba trabajar su tesis doctoral en la Etnobotánica de los magueyes pulqueros. Seguramente esta fue la razón por la que Schultes me invitó a dar esa plática.

A partir de ese seminario tuve la fortuna de tener una larga amistad con el profesor Schultes (la que valió para que más adelante aceptara pasar un semestre sabático en el Instituto Nacional de Investigaciones sobre Recursos Bióticos (INIREB), en Xalapa. Con Antonio Marino también tuve una buena relación amistosa y profesional. Al terminar en Harvard, se incorporó al Jardín Botánico de la UNAM por unos años.

Los primeros seis meses de mi estancia en Harvard fueron muy productivos. Hice muy buenas amistades y avancé mucho en mis investigaciones para mi tesis. Sin embargo, el tiempo se me fue volando y me percaté de que necesitaba ampliar mi estancia. La doctora Schubert se dio cuenta de esto y seguramente platicó con el doctor Howard, director del Arnold Arboretum, para ver si me podían dar una beca para extender mi estancia.

Así sucedió. El doctor Howard me llamó para preguntarme acerca de mis planes. Le expliqué que mi beca se terminaba y debía regresar a México. Entonces él me preguntó si quería quedarme más tiempo, porque podía contar con una beca Mercer del Arnold Arboretum por un año para seguir con mis investigaciones.

Esto me dio mucho gusto, ya que podría seguir avanzando en mi tesis. Me comunique a México con el doctor Miranda para consultarlo y pedirle permiso para prolongar mi estancia por un año más; él me aconsejó que aceptara, de modo que mi estancia continuó por el resto de 1964, ahora como becario Mercer. Ese nuevo período fue muy importante por todo lo que aprendí y por las relaciones académicas que hice y que me han acompañado toda la vida.

Un aspecto muy importante de mi estancia en Harvard fue la posibilidad que tuve de conocer varios proyectos florísticos que se estaban desarrollando en los herbarios de la Universidad, como por ejemplo, la Flora de las Antillas, a cargo del doctor Richard A. Howard (1917-2003), y la Flora genérica del sureste de Estados Unidos, bajo la responsabilidad del doctor Carrol E. Wood, Jr.

 

Doctores Richard Howard y Carroll Wood
Doctores Richard Howard y Carroll Wood. Cortesía de la Biblioteca de Botánica de la Universidad de Harvard.

 

También tuve la oportunidad de tratar a los investigadores en helechos más importantes de Estados Unidos en aquellos tiempos: los doctores Rolla M. Tryon (1916-2001) y Alice F. Tryon (1920-2009), con quienes tuve una relación de amistad muy cercana, y -desde luego- con el doctor Richard E. Schultes (1915-2001), quien tenía proyectos florísticos en Colombia.

Al conocer de cerca estos trabajos me entusiasmé con la idea de iniciar un proyecto florístico en México. De acuerdo con mi experiencia con la vegetación y flora tropical en la Comisión de Dioscóreas, era evidente la falta de publicaciones florísticas con información que ayudara a identificar a las especies. Se carecía de datos sobre la flora de estas zonas. En mi estancia en Harvard hice una gran amistad con el doctor Lorin I. Nevling, Jr, responsable de los herbarios de la Universidad.

 

Bernice G. Schubert, Gastón Guzmán y Arturo Gómez-Pompa
Bernice G. Schubert, Gastón Guzmán y Arturo Gómez-Pompa en el Primer Congreso Mexicano de Botánica. Archivo familiar.

 

Con el doctor Nevling platiqué bastante sobre lo que se necesitaba para iniciar una investigación sobre la flora de alguna región. Él tenía experiencia en floras tropicales por sus estudios taxonómicos en la familia tropical Thymeleaceae y por su contacto con el estudio de la Flora de Panamá del doctor Robert E. Woodson, quien fue su director de tesis en Missouri.

 Discutimos mucho acerca de la posibilidad de realizar un estudio florístico en algún estado tropical de México, como por ejemplo Veracruz, que contara con el apoyo de los herbarios de Harvard, en donde había unas colecciones extraordinarias de plantas de Veracruz.

En esta etapa acordamos seguir hablando del asunto, aunque advertí que él no estaba muy interesado en participar directamente en un estudio florístico nuevo; sin embargo, me ofreció apoyo en lo que se requiriera, ya que él coordinaba los herbarios de la Universidad de Harvard.

Fue así como la idea de crear un proyecto florístico de tipo monográfico, la Flora de Veracruz, nació en mi primera estancia académica en la Universidad de Harvard. Y también comenzó una relación de amistad de por vida con Larry Nevling, y con la Universidad, que duró por muchos años.

Otro evento que tuvo gran importancia en mi carrera académica fue la invitación que me hicieron para dar un seminario sobre el trabajo que estaba realizando. Sentí que me invitaban como una distinción, ya que yo había tenido la oportunidad de asistir a prácticamente todos los seminarios organizados por los herbarios de Harvard y sabía no sólo de la calidad de los mismos sino también de las críticas de los profesores y alumnos que asistían.

Decidí presentar el primer capítulo de mi tesis doctoral, en el que trataba aspectos teóricos ecológicos basados en lo encontrado en los datos de mis estudios en la región de Misantla y los obtenidos por las brigadas de la Comisión de Dioscóreas. Preparé mi plática con transparencias, gráficas y dibujos y usé el texto que tenía escrito, el cual traduje y adapté para la plática. El inglés fue corregido con gran detalle por Bernice Schubert.

Nunca había sentido el nerviosismo que experimenté varios días antes del seminario, ya que planteaba ideas nuevas para interpretar y explicar la historia ecológica de las especies dominantes de las selvas altas, y también hacía una crítica a interpretaciones anteriores. Practiqué muchas veces y cada vez agregaba o quitaba algo.

Llegó el día y di mi plática con un salón lleno. Hubo muchas preguntas y creo haber contestado todas. Algunos estudiantes se acercaron para preguntar algunas cuestiones adicionales. Me intrigó mucho no recibir críticas ni felicitaciones. Pregunté posteriormente a Bernice Schubert su opinión de cómo fue recibido mi seminario y me dijo que muy bien, que incluso varios profesores sugirieron invitarme a publicar mi trabajo en la revista del Arnold Arboretum.

El trabajo se publicó en español en 1966 (Gómez-Pompa, A. 1966. Estudios botánicos en la región de Misantla. Publicaciones del Instituto Mexicano de Recursos Naturales Renovables. México. 173 pp.) y en inglés en 1967 (Gómez-Pompa, A. 1967. Some problems in tropical plant ecology. J. Arnold Arboretum 48: 195-221). Este fue mi primer trabajo científico publicado en inglés y mi primera experiencia en recibir y contestar los acertados comentarios y críticas de los revisores externos.

La terminación de mi primer año en Harvard fue dramática. Era diciembre cuando recibí la terrible noticia del fallecimiento del doctor Faustino Miranda. Su muerte fue absolutamente inesperada. Le dio un infarto. Y esa muerte fue tremenda para mí, por la admiración que tenía hacia él, y por pensar que era una persona relativamente joven; no llegaba a los 60 años cuando murió. Toda la sabiduría que tenía se fue. A partir de este acontecimiento, mis futuros planes tuvieron que modificarse. Para mí, su muerte significaba perder a una persona muy querida, que fue más que un mentor y maestro, a quien yo recurría por sus consejos tanto profesionales como personales. Siempre conté con él y ahora me sentía desolado.

Tomé la decisión de regresar a México y suspender mi estancia en Cambridge. Quería ver a su esposa y ofrecerle mis respetos. Y también quería saber lo que tendría que hacer con las distintas actividades y proyectos que realizaba con él en la UNAM, para continuar con el gran proyecto en ecología tropical que en forma brillante inició y desarrolló el doctor Faustino Miranda, que colocó a la ciencia mexicana en la vanguardia mundial en este tema. Con esa triste noticia y todas mis dudas nos regresamos al país a principios de enero de 1965, cuando inició otra etapa de mi vida.

Ahora, a 110 años del nacimiento del doctor Faustino Miranda, es necesario reconocer una vez más el importante papel que jugó en el desarrollo de la investigación científica en México. La Escuela Mexicana de Ecología Tropical, ampliamente reconocida internacionalmente, nació y se consolidó con los aportes de este científico español y mexicano que llegó, por azares del destino, a un país que lo recibió como uno de los suyos y al cual se entregó con toda su capacidad y energía.

Selva de Chiapas
Selva de Chiapas. Autor: Biólogo Javier de la Maza.

 


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