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8. En busca de hongos alucinógenos
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El doctor Giral estuvo contento con mi rendimiento como profesor y nuestras conversaciones fueron cada vez más profesionales. Él me recomendaba como botánico con algunos de sus amigos que dirigían otras industrias y buscaban asesoramiento en la búsqueda de plantas con potencial farmacéutico. Con estas actividades inicié mi carrera como consultor en botánica farmacéutica, en la búsqueda de nuevas drogas vegetales para compañías nacionales e internacionales.
Mis actividades y experiencia como botánico de Farquinal y mi actividad en la enseñanza de la botánica farmacéutica en la Facultad de Química me abrieron oportunidades insospechadas. La primera fue una invitación de los laboratorios CIBA (de Basilea, Suiza) para buscar plantas con potencial para la industria farmacéutica. El doctor Giral me recomendó con el señor Julio García, director de esos laboratorios y muy amigo de él.
Mi primera entrevista fue muy buena gracias a que el señor García era una persona muy amable, sencilla y se apasionaba de manera extraordinaria por conocer las plantas medicinales. Sabía bastante de ellas y hacía muchas preguntas. Le había pedido al doctor Giral que le recomendara a un botánico para que le ayudara a localizar algunas plantas en las cuales estaban interesados investigadores de CIBA en Basilea.
El señor García me ofreció un arreglo económico a cambio de darle mis servicios como consultor. Acepté con la anuencia del doctor Giral. Con ello, me convertí en el botánico de dos laboratorios: Farquinal y CIBA. Dada la estrecha amistad y profesionalismo entre Giral y García, y su conocimiento de los distintos objetivos de ambos laboratorios, no hubo conflicto de intereses.
Los laboratorios CIBA mostraban un interés especial en algunas plantas específicas; yo las buscaba y les llevaba muestras. Así también les proponía especies que eran usadas tradicionalmente y que podrían ser interesantes para su investigación de padecimientos. Una de mis grandes experiencias en mis expediciones botánicas con estos laboratorios inició con una llamada del señor Julio García, quien me dijo que de los laboratorios de investigación de Basilea, Suiza, le habían pedido una muestra urgente de los hongos alucinógenos que habían sido recientemente descubiertos para la ciencia por el señor R. Gordon Wasson (micólogo aficionado y financiero internacional) y el doctor Roger Heim (prestigiado micólogo francés).
En apariencia, por sus propiedades psicotrópicas, estos hongos podrían ofrecer una posibilidad importante para la medicina. Los químicos de CIBA querían hacer un estudio profundo de su diversidad, por lo que requerían muestras de todas las especies.
El señor García pensaba que, como botánico, yo era también micólogo y conocía los hongos mexicanos. Estaba muy equivocado; tenía muy pocos conocimientos sobre los hongos y mucho menos sobre su taxonomía. Yo había estudiado en la carrera el curso de Micología y había salido a colectar hongos con el doctor Ruiz Oronoz, pero eso no era suficiente. Así que decidí averiguar todo lo necesario sobre los hongos alucinógenos y la manera de identificarlos. Mi primer paso fue consultar con especialistas, para lo cual fui al Departamento de Micología del Instituto de Biología de la UNAM. Afortunadamente ahí había micólogos sumamente prestigiados que habían sido mis maestros y con quienes había trabajado por un corto tiempo como estudiante en su laboratorio: los doctores Manuel Ruiz Oronoz y Teófilo Herrera, ampliamente conocidos y queridos en la UNAM.
Les platiqué de la necesidad que tenía de aprender rápidamente cómo encontrar y reconocer las distintas especies de hongos. El doctor Teófilo Herrera me dijo que él tenía algunos ejemplares, pero que si yo quería ver una colección de ellos y, sobre todo, fotografías de las especies frescas, debía ir a la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional. Allí trabajaba un joven micólogo llamado Gastón Guzmán, quien había estado colaborando con Roger Heim en el estudio de estos hongos. El doctor Herrera me recomendó leer algunas publicaciones, lo que me ayudaría en mi cometido.
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Psilocybe mexicana. Tomada de: wikipedia |
Con el escaso conocimiento que adquirí de la literatura consultada sobre estos hongos y con mis anotaciones de los hongos secos de las colecciones del Instituto de Biología de la UNAM, me fui al Politécnico a buscar al biólogo Gastón Guzmán. Cuando llegué a preguntar por él me dijeron que en ese momento estaba dando una conferencia. Me sugirieron que asistiera a ella y que después conversara con él.
Entré al salón y, para mi sorpresa, estaba dando una plática sobre sus experiencias en la búsqueda de los hongos alucinantes en Huautla de Jiménez, en la Sierra de Oaxaca. Al terminar la conferencia, me acerqué a él y me presenté como un biólogo interesado en conocer más sobre estos hongos, y le expresé mi intención de buscarlos en el mismo sitio en donde él había estado. También le comenté de mi escaso conocimiento sobre el asunto y que el doctor Teófilo Herrera me había sugerido que hablara con él. Le dije que mi expedición sería financiada por una compañía farmacéutica internacional de Suiza, interesada en tener muestras para hacer estudios.
Me miró de reojo y me dijo: “Bueno, yo también estoy trabajando para una compañía farmacéutica suiza, los laboratorios Geigy, pero no tengo ninguna objeción en conversar con usted, enseñarle algunos de estos hongos y darle algunas ideas de cómo se podrían encontrar y reconocer.”
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Doctor Gastón Guzmán Huerta. Diciembre de 2013. Autor: doctor Gastón Guzmán Huerta. Tomada de: Wikipedia |
Me invitó a su laboratorio, y ahí estuve con él, platicando un buen rato. Se portó increíblemente amable y se dio cuenta de mi ignorancia sobre la micología. Al pasar de los años aprecio aún más la gentileza de Gastón Guzmán, al compartir conmigo información valiosísima obtenida por él, en un tiempo en el cual las relaciones profesionales entre biólogos e instituciones (UNAM-IPN) no tenían muchos antecedentes de colaboración. Con Gastón Guzmán me unió una amistad de toda una vida.
Logré obtener información clave sobre lo que necesitaba para encontrar los hongos: conocer las localidades donde se habían colectado, los nombres comunes de las especies y su ecología. Con toda la información recopilada, preparé mi primera expedición a la Sierra Mazateca, en búsqueda de hongos alucinantes.
Me enteré de que para llegar a Huautla de Jiménez no había caminos para vehículos, sólo de herradura. Se hacían muchas horas para llegar a esta población desde el pueblo más cercano comunicado por carretera. La otra opción era viajar en una avioneta que hacía vuelos una vez por semana a la sierra. Con la ayuda de Gastón Guzmán averigüé lo necesario para arreglar el viaje en la famosa avioneta. Había que pagar por anticipado e inscribirse para reservar espacio en las fechas en que se quisiera viajar. En realidad, lo que sucedía era que no había viajes semanales programados. Se organizaban los vuelos para las personas que querían ir en fechas determinadas.
Como la avioneta tenía varios espacios, invité a Javier Frías a acompañarme y a sacar algunas fotografías de la expedición. Javier era un buen amigo que trabajaba en la Facultad de Ciencias (era sobrino del muy querido señor Serrano, jefe de la intendencia de la Facultad de Ciencias de la UNAM), a quien le interesaba mucho la fotografía.
Salimos para Huautla de Jiménez en la pequeña avioneta de un motor. Viajábamos el piloto, nosotros dos y una persona más. Sobrevolamos la sierra, admirando el precioso paisaje, pero casi al llegar al sitio donde debíamos aterrizar, nuestros cabellos literalmente se erizaron, al darnos cuenta de que la pista de aterrizaje estaba sobre la cima de una montaña.
Era una zona plana de roca, al fondo de la cual se hallaba una gran pared, también de roca. Esto es, había que aterrizar en una sola dirección y detenerse abruptamente antes de llegar a la pared. Pues dicho y hecho, aterrizamos con gran tensión de nuestra parte. Afortunadamente el piloto conocía muy bien la pista y descendimos sanos y salvos. Pero al llegar al final de la pista y voltear hacia un lado, vimos los restos de otra avioneta que no había podido detenerse a tiempo.
Bajamos a pie hacia Huautla de Jiménez, que es un pueblo muy hermoso, ubicado en la zona ecológica de los llamados bosques de niebla o bosques caducifolios mesófilos. Preguntamos por un sitio en dónde pernoctar. Nos recomendaron a una señora que alquilaba cuartos. Nos presentamos con ella y rentamos dos habitaciones: una para nosotros y otra para trabajar con los hongos que esperábamos colectar y secar. Así se inició mi primera expedición micológica a aquella mística región oaxaqueña.
Al día siguiente empezamos a preguntar por los hongos. En la casa donde nos ofrecieron comida, una señora mazateca que hablaba español nos dijo que habían llegado muchas personas buscando los hongos para consumirlos. Nosotros le explicamos que nuestro interés era la investigación de los mismos y no su consumo. Nos dijo que la única persona conocedora de la ceremonia en la que se consumían los hongos era la señora María Sabina. Le dijimos que no era nuestro interés la ceremonia, sino saber donde crecían, para obtener muestras para su estudio. Entonces nos sugirió que fuéramos al campo a buscarlos y nos indicó algunos sitios donde ella sabía que existían estos hongos.
Nosotros teníamos conocimiento de que una de las especies se hallaba solamente sobre el estiércol de ganado; y otra sobre la caña de azúcar en fermentación. De las demás, solo teníamos vagas ideas de dónde localizarlas. Como conocíamos sus nombres comunes en mazateco, rentamos unos caballos y fuimos a buscarlas por nuestra cuenta. Pasaron tres días y no habíamos encontrado ninguno de los alucinantes. Encontrábamos muchos, pero no teníamos la seguridad de haber hallado los que buscábamos. Todos se parecían entre sí.
En nuestros recorridos preguntábamos por los hongos, pero la gente del campo no hablaba español.
Por fin, al cuarto día encontramos a un pastor que cuidaba algunos borregos y que hablaba un poco de español. Nos dijo que él había tomado los hongos con un curandero y que los conocía bien. Le pregunté si podría llevarnos a los lugares en donde podríamos encontrarlos, pagándole su trabajo y lo que correspondiera para dejar a alguien que cuidara de sus borregos. Él aceptó y con ello se nos quitó la angustia del posible fracaso de nuestra expedición. Ese mismo día encontramos las cuatro especies de hongos que andábamos buscando. Fue tal nuestro júbilo que le ofrecimos contratarlo por toda nuestra estancia para que nos acompañara a diferentes lugares a conseguir los hongos.
Yo necesitaba tener un mínimo de 300 gramos de hongos secos de cada especie. Parecía que fuera muy poco; sin embargo, algunas especies eran tan pequeñitas que apenas medían unos cuantos centímetros. Y eran tan frágiles, que al secarse pesaban casi nada. Estuvimos en la zona casi un mes, colectando y secando hongos. Nuestro guía corrió la voz de que nosotros comprábamos hongos, con lo que empezamos a recibir material de distintos colectores. Él nos daba su visto bueno en cada compra.
La gente del pueblo nos reconocía y nos saludaba amablemente. Javier Frías tenía una forma de ser muy amable y amistosa. Rápidamente se hizo amigo de la hija de la señora que nos daba la comida, con lo cual logramos que nos trataran como si fuéramos de la familia. Al mes de nuestra estancia ya teníamos las muestras y varios amigos en Huautla de Jiménez. Regresamos con bien en la famosa avioneta, cuyo despegue era como un salto mortal, ya que el tamaño de la pista era pequeño y la avioneta llegaba hasta el final sin elevarse y se lanzaba al vacío para iniciar el vuelo. Afortunadamente las muestras llegaron bien y se enviaron a Basilea.
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