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Mi vida en las selvas tropicales

5. La Comisión para el Estudio Ecológico de las Dioscóreas y el nacimiento de la Escuela mexicana de Ecología Tropical

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A fines de los años 40 se dio a conocer el histórico descubrimiento, por parte del químico norteamericano Russell E. Marker, de que era posible fabricar hormonas esteroidales animales (testosterona y progesterona) a partir de un precursor químico de origen vegetal: la diosgenina. Esto favoreció la investigación y producción de otros esteroides, como la cortisona y la llamada “píldora anticonceptiva” (noretisterona). Con ello, se abrió la opción para crear una de las industrias farmacéuticas más importantes de todos los tiempos.

Este hecho disparó la búsqueda de plantas que pudieran surtir la enorme demanda que se preveía en el futuro cercano. La fuente original de este precursor provenía de algunas especies silvestres del género Dioscorea. México tuvo la fortuna de ser un país con gran diversidad de especies de este género, por lo que constituyó la primera alternativa seria para industrializar una de ellas, la Dioscorea composita (conocida comúnmente como barbasco). Las primeras industrias de productos esteroides se crearon en México durante las décadas de los años 40 y 50 del siglo XX, y se basaban en el uso de esta especie.

En un principio, los laboratorios solicitaban permisos para comprar barbasco a fin de extraer la diosgenina y exportarla. Uno solicitaba cien toneladas; otro quinientas. El gran problema que se enfrentaba era que se desconocía tanto la distribución como el potencial de producción de esta especie silvestre, endémica de nuestras selvas mexicanas.

Tocó la casualidad, afortunada para nuestro país, de que el presidente Adolfo López Mateos nombrara como subsecretario Forestal y de la Fauna en la Secretaría de Agricultura y Ganadería a uno de los más ilustres y queridos biólogos de México, el doctor Enrique Beltrán Castillo (1903-1994).

Entre las atribuciones de esta subsecretaría estaba la de otorgar los permisos para explotar los recursos silvestres mexicanos. El doctor Beltrán entendió el reto y la oportunidad que esto representaba. Consultó con sus amigos y colegas, que eran el doctor Miranda y el ingeniero Efraím Hernández Xolocotzi -otro personaje de la historia de la botánica en México (1913-1991)-, quienes le dijeron que había que hacer un proyecto de investigación sobre los barbascos, para que, con base en la información que se obtuviera, pudieran darse los permisos. Como estaban las cosas en ese momento, nadie sabía en dónde estaban ni qué tanto éstos se podían explotar sin que se extinguieran.

Ante la enorme demanda de la industria farmacéutica, el doctor Beltrán le dio todas las facilidades de establecerse y utilizar las poblaciones silvestres del barbasco, pero con una condición: por cada tonelada que se explotara debían contribuir económicamente con el recién creado Instituto Nacional de Investigaciones Forestales (INIF) para estudiar la ecología de las dioscóreas mexicanas y evaluar el impacto de la explotación de los rizomas del barbasco.

Las empresas aceptaron y se creó la Comisión para el Estudio Ecológico de las Dioscóreas (también conocida como Comisión de Dioscóreas) a fines de los años 50. ¡Para México fue importantísimo contar con una institución que llevara a cabo estudios botánicos sobre estas especies!

El doctor Beltrán nombró al doctor Faustino Miranda y al ingeniero Efraím Hernández Xolocotzi como sus asesores para este gran proyecto. El primero, sin duda alguna, era el botánico más brillante y prestigiado de esa época, y amigo cercano y colaborador del subsecretario. Hernández Xolocotzi aportó su gran experiencia con los campesinos. Entre los tres definieron cuál sería el trabajo ecológico de la Comisión.

Cada compañía nombró a una persona como su representante. Farquinal me eligió a mí. Aunque todos eran muy buenos químicos, se dieron cuenta de que yo era quien más sabía del barbasco.

Padres de Arturo Gómez-Pompa
Doctor Enrique Beltrán Castillo en 1923. Cortesía del Instituto de Biología de la UNAM.

 

Entre los retos a enfrentar estaba el hecho de que en ese tiempo en México prácticamente no había botánicos jóvenes y menos ecólogos (el tema apenas había iniciado en los cursos de graduados en la UNAM).

Para mi fortuna, yo ya tenía un par de años trabajando en los laboratorios Farquinal, estudiando el barbasco y otras especies productoras de precursores de compuestos esteroidales. Esta empresa pertenecía al gobierno mexicano y era dirigida por el distinguido fitoquímico Francisco Giral, gran amigo del doctor Faustino Miranda.

Los doctores Enrique Beltrán y Faustino Miranda me invitaron para hacerme cargo de la Comisión recién formada. Mi nombramiento fue aprobado por el grupo de empresas, ya que me conocían por haber sido designado por Farquinal como su representante ante la Comisión y por haber participado activamente en los planes de trabajo para la misma.

El objetivo central de la Comisión fue estudiar de manera prioritaria la ecología de la vegetación del trópico húmedo mexicano, para poder dar sugerencias sobre el manejo del barbasco. Después de una serie de discusiones se decidió emplear un método propuesto por el doctor Faustino Miranda relativamente sencillo: consistía en identificar regiones concretas y realizar en ellas muestreos de los principales tipos de vegetación y sus principales comunidades maduras, así como de las secuencias secundarias. Y al mismo tiempo recoger información sobre la presencia y cantidad de barbasco existente en cada sitio de muestreo.

Para llevar a cabo este proyecto, el muy admirado botánico mexicano Efraím Hernández Xolocotzi invitó a un grupo de jóvenes agrónomos de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro. Se formaron brigadas de campo para hacer los muestreos de vegetación y de barbasco en las zonas barbasqueras más importantes del sudeste. Este método se publicó en la revista de la Sociedad Botánica de México.

La información generada nos permitió ir entendiendo la ecología del barbasco y su relación con los diversos tipos de vegetación y sus estados sucesionales. En el transcurso de los trabajos de las brigadas, la información obtenida nos daba una primera visión de la dinámica vegetacional y florística de las selvas de México. En especial, nos impresionó la variedad de factores que influyen en la estructuración de las selvas en crecimiento.

Esos fueron los momentos en los que me di cuenta, con asombro, de la diversidad de especies que existían y de la complicación que teníamos para poder identificarlas por falta de investigaciones florísticas. Pensaba yo: “Si toda esta gran industria de esteroides nace de una planta silvestre, cuántas otras más habrá por ahí que simplemente no han sido estudiadas para fines prácticos.” ¡De ahí probablemente nació mi interés por proteger a la naturaleza, porque era evidente que sobraban motivos para conservar a las especies!

Muchas preguntas básicas que nos hacíamos acerca de la dinámica de la vegetación no tenían respuesta. Comenzamos a darnos cuenta de que en realidad estábamos abriendo todo un campo nuevo de investigación científica en el mundo. Para poder iniciar algunas investigaciones distintas a las generadas por las brigadas de inventario se sugirió y aceptó invitar a jóvenes biólogos a integrarse a la Comisión y llevar a cabo estudios complementarios que nos ayudaran a entender los procesos de regeneración y ecología de las especies dominantes.

Nos parecía que la formación del biólogo podría ser clave para llevar a cabo estas nuevas investigaciones. El proceso inició y tuvo gran éxito. Logramos integrar a brillantes jóvenes biólogos que contribuyeron no solo con los objetivos de la Comisión sino con la generación de nuevos proyectos de investigación biológica, florística, forestal, ecológica y etnobotánica, que llegaron a tener un gran impacto en distintas instituciones del país y que hoy se reconocen como la Escuela Mexicana de la Ecología Tropical.

Un ejemplo fue la notable tesis de José Sarukhán, en la que hizo un estudio cuantitativo del proceso sucesional temprano. ¡Fue un trabajo extraordinario! A la fecha se le considera como un clásico de la ecología tropical mexicana. La incorporación de este primer pequeño número de biólogos fue importante porque tuvimos la fortuna de reclutar estudiantes inteligentes, muy trabajadores y con gran iniciativa que se unieron a los trabajos de la Comisión con proyectos especiales. Además de José Sarukhán, participaron Javier Chavelas Pólito (1940-2011), Mario Sousa Sánchez, Miguel Ángel Martínez Alfaro (1942-2007), Alfredo Pérez Jiménez y Jesús Manuel León-Cázares. Todos ellos desarrollaron una carrera profesional y académica muy distinguida y exitosa.

Una de las principales razones por las que mi trabajo como director de la Comisión de  Dioscóreas me gustaba era porque me permitía estar al tanto de los trabajos y estudios que se hacían en distintas regiones del sudeste del país. En cada una de ellas se habían establecido brigadas integradas principalmente por agrónomos de la Universidad Antonio Narro de Saltillo.

Entre los primeros participantes puedo mencionar a Luis Armando González Leija y a Rafael Hernández Pallares. Desde que se iniciaron los estudios, fueron egresados de esta escuela los que integraron el personal de las brigadas de campo.

Otros notables colaboradores invitados por el doctor Hernández Xolocotzi, provenientes de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, se integraron a la Comisión para desarrollar proyectos concretos vigilados por él. Apoyaban tanto la supervisión de las brigadas como el desarrollo de nuevos proyectos. De ellos recuerdo a Jesús Vázquez Soto, Ángel Ramos Sánchez y Heriberto Cuanalo de la Cerda, entre otros. Desafortunadamente, se estableció una especie de competencia gremial entre los tres grupos (Narro, UNAM y Chapingo) que no facilitó su integración y cada uno trabajó por separado.

Mi trabajo principal consistió en entrenar al personal de las brigadas en la toma de datos y en la preparación de ejemplares de herbario. Era responsable de escoger y delimitar las regiones de estudio. Hacíamos recorridos con los brigadistas para conocer la región y, en especial, para localizar y contratar campesinos como asistentes en la selección de sitios de muestreo de la vegetación y del barbasco.

Agapito Hernández
Agapito Hernández. Mi primer y más importante maestro de etnobotánica. Asesor y querido amigo de todos los técnicos de la Comisión de Dioscóreas que trabajamos en Tuxtepec, Oaxaca.

Estos recorridos nos permitían ir identificando los principales tipos de vegetación con sus comunidades más representativas y los acahuales derivados de la perturbación de estas comunidades. Al identificar los sitios de muestreo, levantábamos los inventarios en cuadros fijos, tanto para la vegetación madura como para los acahuales de diferentes edades. Se trabajaba, incluso, dentro de algunas parcelas agrícolas tradicionales, en donde también se encontraba el barbasco.

Una vez identificada la región y los sitios de muestreo, las brigadas iniciaban su trabajo y se les dejaba en libertad de buscar otros sitios que consideraran interesantes, lo que incluía las sugerencias de los campesinos ayudantes.

Terminalia amazonia
Terminalia amazonia. Autor: doctor Jerzy Rzedowski. Valle Nacional, Oaxaca. Banco de imágenes de CONABIO.

Colectábamos árbol por árbol, arbusto por arbusto. Había una cantidad enorme de especies, de las cuales no teníamos la menor idea de su nombre científico; buscábamos en la literatura y no existía información acerca de ellas, o había muy poca. Usábamos una obra muy famosa (con cinco volúmenes en inglés) como biblia de cabecera: Árboles y arbustos de México, de Paul C. Stanley. Pero no existían inventarios florísticos de las zonas muestreadas.

Dado que ninguno de nosotros podía identificar las especies muestreadas en el campo, se decidió usar una nomenclatura basada en los nombres que nuestros ayudantes campesinos nos daban. Ellos se convirtieron en indispensables colegas botánicos pues captaron mejor que nosotros la lógica del método seguido basado en la edad y origen de los acahuales (sucesión secundaria). Si no fuera por su conocimiento, nunca hubiéramos podido hacer  nada.

¿Por qué? Porque yo me paraba en una selva, ¡y era el experto!: “Este árbol qué es, quién sabe; y este otro qué es, pues no se sabe. Y aquél, pues tampoco.” ¡Nada! Eran especies completamente nuevas para nosotros y quizá para la ciencia, sin estudios previos. ¿Qué hicimos? “Este árbol, ¿lo conocemos?” “No.” “Tú, Agapito (el guía local), ¿lo conoces?” “¡Sí, es el sombrerete!” “Ah, muy bien, apúntenlo, sombrerete. Bajen el ejemplar de herbario.”

Lo veíamos, y a partir de ahí empezábamos a conocerlo. Después, cuando venía el proceso de identificación, resulta que el ‘sombrerete’ era la Terminalia amazonia. La cantidad de material para identificar era increíble.

La decisión de usar los nombres comunes fue clave para poder avanzar y dar validez a los datos obtenidos. El único problema que se tuvo fue el de aquellas especies (una minoría) para las cuales los asistentes no tenían un nombre. Se decidió usar nombres ficticios temporales, para poder integrarlos al inventario de los cuadros.

Este trabajo se llevó a cabo durante varios años y brindó una enorme cantidad de información y múltiples ejemplares de herbario que respaldaban los datos numéricos de las especies encontradas en cada cuadro. Entre mis funciones estaba recibir y revisar los datos numéricos de cada cuadro muestreado e integrarlo al reporte de toda la región.

Los ejemplares de herbario se usaban para hacer una primera identificación. En los primeros años esta fase era mínima, ya que los ejemplares en su mayoría eran estériles (sin flor o fruto), y con ello se hacía imposible su identificación botánica. La solución a este problema era llevar los ejemplares al Instituto de Biología, en donde el doctor Faustino Miranda lograba hacer la identificación botánica de prácticamente todas las plantas.

De él, en esta etapa tuve la oportunidad de aprender el complicado proceso de identificar ejemplares estériles usando la memoria visual, algunos datos morfológicos y la comparación con ejemplares del Herbario Nacional. Aprendí que cada especie tenía hojas distintas y que los campesinos las usaban para identificar a las especies. Lo único que les faltaba era conocer el nombre científico.

Fue un proceso que me permitió identificar especies únicamente con material vegetativo. Para cada cuadro que tuviera la especie Dioscorea composita (barbasco) se hacía un inventario, se pesaban los rizomas y con ello se tenía una primera aproximación de los ecosistemas en donde crecía. Esto nos permitió integrar los estudios regionales de vegetación con los datos sobre la abundancia del barbasco, lo que proporcionaba una visión general sobre la abundancia de esta especie, que era lo que demandaban las compañías de las industrias de esteroides.

Con este tipo de trabajo se logró una rutina que proveía de información muy valiosa, tanto para la ciencia como para la industria de esteroides. De este modo, la industria quedaba satisfecha y mantenía su aporte económico año tras año. Durante el tiempo en que se realizaron estas investigaciones, inventarios y muestreos de la vegetación en buena parte de la región del sudeste del país, varias cuestiones quedaron claras para mí. La primera fue que había una enorme falta de conocimiento de la flora tropical y una gran necesidad de contar con ejemplares completos para hacer las identificaciones (materiales con flores y frutos y no sólo materiales estériles).

Asimismo, fue evidente la importancia del trabajo de los auxiliares de campo locales, quienes en realidad llevaban la carga principal, al identificar con sus nombres comunes a todas las especies colectadas, lo cual resultó ser muy significativo.

Mi trabajo en la Comisión se convirtió en algo rutinario, al tener como objetivo principal llevar a cabo más inventarios de áreas tropicales para dar información a las compañías sobre la existencia de materia prima. Por otra parte,  mi interés cada vez aumentaba en el conocimiento de la flora tropical y en el proceso de la regeneración natural. Sin embargo, me daba cuenta de mi poca preparación teórica.

A instancias del doctor Miranda decidí continuar mis estudios de posgrado en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Pero ingresar en este programa implicaba que tendría que suspender algunas de mis actividades profesionales y de enseñanza. Le pedí su opinión al doctor Miranda y me sugirió que buscara cursos que fueran útiles al trabajo que estaba desarrollando en la Comisión de Dioscóreas. Como tesis doctoral, me propuso que trabajara con las colecciones de algunas zonas muestreadas y realizara nuevas visitas a alguna de las regiones que habíamos escogido en la Comisión, para realizar un estudio más profundo sobre la vegetación y la flora de una región particular importante.

Decidí trabajar en la región de Misantla, ya que estaba cerca de la Ciudad de México, y también debido a que el doctor Miranda me comentó que era una zona en la que se habían descrito muchas especies gracias a colecciones antiguas de Christian Julius Schiede y Ferdinand Deppe, dos botánicos alemanes que realizaron colectas de flora en Veracruz a principios del siglo XIX.

Cuando el doctor Miranda sufrió su primer infarto se produjo una conmoción en la comunidad científica y en especial entre sus colaboradores. En su cama del Hospital de Cardiología me mandó llamar para pedirme que fuera al Cañón del Zopilote, en Guerrero, a buscar un árbol del género Sebastiania de la familia de las Euforbiáceas. Me comentó que el día que sintió el primer síntoma de su infarto estaba colectando esa especie en ese sitio; que sabía que era muy tóxica y había sido usada como veneno de flechas. Él había platicado del asunto con los doctores Ignacio Chávez (eminente cardiólogo) y Dionisio Nieto (farmacólogo distinguido) y ambos estaban interesados en hacer algunos ensayos con ella.

El fin de semana siguiente fui al Cañón del Zopilote a buscar el famoso árbol y traer muestras para los estudios. Obviamente, tomé las precauciones adecuadas para que, al cortar las ramas, el látex no tocara mi piel. Entregué las muestras y se lo comuniqué al doctor Miranda en el hospital. Cuando supo que mi esposa me había acompañado a la colecta, me dio una fuerte regañada, ya que él sabía que el Cañón del Zopilote no era el mejor lugar para ir de paseo y menos en una excursión a colectar una planta que podía ser altamente tóxica. Afortunadamente nada sucedió y solo quedó en nuestra memoria este incidente de nuestra relación con el doctor Miranda.

osé Sarukhán, Javier Chavelas y Arturo Gómez-Pompa
Los tres primeros directores de la Comisión de Dioscóreas: José Sarukhán, Javier Chavelas y Arturo Gómez-Pompa.

 

Nunca supe que pasó con los estudios de las muestras de la Sebastiania; sin embargo, el incidente me hizo conocer al doctor Nieto, con quien más adelante colaboré en el estudio de una planta alucinante que descubrí en la Sierra de Huautla de Jiménez en Oaxaca (la Salvia divinorum).

Afortunadamente, el doctor Miranda se recuperó del infarto, pero por instrucciones de sus médicos tuvo que disminuir sus excursiones al campo, lo que le molestaba mucho. Esa situación, empero, me dio a mí la oportunidad de trabajar con él y llevar a cabo colectas de campo para proyectos que él tenía a su cargo. Por instrucciones del doctor Miranda realicé dos expediciones a la Selva Lacandona con la Compañía Maderera Maya, de la cual él era asesor. Por cierto, la Compañía nunca pudo operar por diversos problemas burocráticos.

Esa fue la época de trabajo más intenso que experimenté, ya que tenía responsabilidades en la Comisión, además de llevar los cursos de doctorado, atender el compromiso de los cursos que daba en Chapingo y en la Facultad de Química y realizar mi trabajo como botánico en Farquinal (que afortunadamente decreció mucho, ya que yo había sido comisionado para dirigir la Comisión de Dioscóreas). Fueron unos años con horarios de trabajo de siete días y de doce a catorce horas diarias. Afortunadamente Norma, mi esposa, entendió muy bien el esfuerzo en esta etapa de mi vida y gracias a su apoyo salimos adelante y sobrevivimos.

El proyecto de la Comisión tuvo un gran éxito y duró varios años. La ecología tropical mexicana nació allí, con algunas ideas nuevas de realizar estudios para probarlas. El doctor Miranda fue el asesor permanente y yo el responsable de la dirección de campo. Fueron épocas importantes del desarrollo científico del México moderno. Y para mí, fue un privilegio haberlas vivido.

Padres de Arturo Gómez-Pompa
Arturo Gómez-Pompa de joven, colectando dioscóreas en Yucatán, 1958.

 


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