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3. Faustino Miranda.
Mi relación con un maestro inigualable
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Conocí al doctor Faustino Miranda a principios de los años 50, cuando iniciaba mis estudios en la carrera de biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Botánico, de origen español, nacionalizado mexicano. ¡Extraordinario intelectual!
Mi primer curso de botánica lo tomé con el doctor Manuel Ruiz Oronoz, que era titular de la cátedra de Botánica 1 (Criptógamas). El curso me gustó mucho y logré tener buenas calificaciones.
Al doctor Ruiz Oronoz le agradaba llevar a algunos de sus estudiantes en excursiones de colecta de hongos y yo tuve la fortuna de ser invitado a varias de ellas. En una ocasión, organizó un largo viaje por carretera al estado de Chiapas, con el propósito de que conociéramos el jardín botánico que había fundado su amigo, el doctor Faustino Miranda. Fuimos invitados cuatro estudiantes: Javier Valdés, Ramón Riba, Samuel Mariel y yo. Durante las conversaciones nos fuimos enterando de la importancia y prestigio de la personalidad que conoceríamos en aquella entidad.
El doctor Miranda era un investigador muy reconocido en la UNAM. Había decidido vivir en Chiapas para fundar un jardín botánico y para hacer un estudio de la vegetación del estado. Mi primera impresión fue de admiración por él, aunque en ese tiempo aún no me percataba de la enorme importancia de esa decisión para el futuro desarrollo de la botánica y la ecología en México.
En España, Miranda había obtenido prestigio como ficólogo especializado en las algas del Cantábrico. Sin embargo, a su llegada a México se dio cuenta de la urgencia de conocer los recursos vegetales del país, en especial los del trópico. Gracias a la amplia preparación que caracterizaba a los académicos europeos, el cambio lo realizó de inmediato. Se hizo miembro de la Sociedad Botánica de México -que mantenía en forma casi personal el profesor Maximino Martínez- y se unió a varias excursiones a distintas partes del país, organizadas por algunos socios. Esto le permitió iniciarse en forma directa en el conocimiento de la vegetación del país. De esta primera etapa de su trabajo como botánico se produjeron sus primeras publicaciones sobre la vegetación de diversas regiones de México.
En su decisión de asentarse en Chiapas seguramente influyó que el científico se dio cuenta de la importancia de las zonas tropicales húmedas de México y del hecho de que prácticamente eran desconocidas. Tenía ante sí la posibilidad de realizar exploraciones botánicas intensivas y extensivas en una vasta región tropical y de poder contribuir de manera importante y novedosa al conocimiento de estos ecosistemas. Para hacer los estudios a profundidad era necesario irse a vivir allí.
Mis compañeros y yo, al ver el jardín botánico, nos preguntábamos cómo pudo el doctor Miranda haber construido casi una selva en cuatro años. Después nos enteramos de que el sitio ya tenía algunos árboles maduros y que lo que él hizo fue incorporar nuevas especies dentro del sotobosque de esta selva, agregando otras en zonas más abiertas. No conozco los antecedentes ni las coyunturas que se dieron para lograr que el gobernador Francisco J. Grajales apoyara su iniciativa, que incluía la creación del Jardín Botánico de Tuxtla Gutiérrez y del Museo de Historia Natural.
De lo que sí estoy seguro es de que esto significó para él la posibilidad de realizar expediciones por todo el estado y de tener contacto con la población chiapaneca para facilitar su conocimiento de la flora de la región, así como colectar ejemplares vivos, semillas, plántulas y plantas completas para incorporarlas a una colección botánica viva, sin precedentes en esa época.
En alguna ocasión posterior, el propio doctor Miranda me comentó que el profesor Miguel Álvarez del Toro (1917-1996), otro notable personaje de la biología tropical mexicana, se unió a su iniciativa con la propuesta de crear un zoológico en Chiapas. Y que, con relativamente pocos recursos, ambos lograron crear un zoológico, un jardín botánico y un museo de historia natural que en pocos años se convirtieron en instituciones de gran prestigio, aprecio local y nacional. De hecho, durante un tiempo estas instituciones estuvieron compartiendo los espacios que les dio el gobierno de Chiapas.
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Maestro Miguel Álvarez del Toro. Fotografía proporcionada por Teresa Cabrera Cachón, directora del Jardín Botánico “Doctor Faustino Miranda”. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. |
En esa visita, el doctor Miranda llevó a nuestro grupo a conocer su jardín botánico, donde nos dio -en su forma habitual- informaciones detalladas sobre las plantas notables que él personalmente había colectado.
Debo confesar que en esa época de mi vida mi interés por las plantas era bastante escaso. Sin embargo, no dejaba de impresionarme la sabiduría del doctor Miranda y en especial su sencillez. Se dirigía a nosotros -los estudiantes de la expedición- como si fuéramos botánicos calificados. Lo mismo sucedió en las excursiones que hicimos en su compañía a distintos ecosistemas en los alrededores de Tuxtla Gutiérrez para colectar hongos.
Esta fue mi primera experiencia de visitar una selva, y lo hice con el privilegio de contar con un guía incomparable. Sin lugar a dudas, esta circunstancia hizo que valiera la pena todo este viaje. Sus explicaciones sobre las plantas y animales al caminar dentro de la selva se quedaron grabadas en mi mente.
El doctor Miranda fundó el Instituto Botánico de Chiapas y vivió en ese estado durante muchos años. Tiempo después, me enteré de que regresaría a la UNAM para reintegrarse a la Facultad de Ciencias y al Instituto de Biología, de donde había salido con un permiso especial.
Nunca supe en realidad cuál fue la razón por la que decidió regresar a la Ciudad de México a retomar sus clases y sus actividades en el Instituto de Biología, dejando atrás una gran obra. Supongo que una de las razones habrá sido el cambio de gobernador en 1952 y con ello, la cancelación del apoyo a estos importantes proyectos. Lo único que supe después fue que los terrenos colindantes con el jardín botánico prometidos para su ampliación fueron usados para la construcción de casas habitación.
Años más tarde, en una entrevista que tuve en Chiapas con el maestro Miguel Álvarez del Toro (1917-1996), me contó que los puestos de director del jardín y del museo fueron congelados y sólo quedaron los de los jardineros y el del director del zoológico, a quien se le redujo el ya escaso presupuesto. Sin embargo, estas son sólo mis suposiciones, ya que nunca sabré con certidumbre lo que sucedió.
Otra razón más optimista de su regreso a México fue la posibilidad de estudiar a fondo sus colectas de ejemplares de herbario y con ello generar más publicaciones sobre la flora y la vegetación de este importante estado tropical. Sin embargo, lo más importante de su retorno a la UNAM fue la posibilidad de fortalecer con su prestigio al muy débil Instituto de Biología y contribuir a la formación de biólogos en su cátedra de Botánica 3 en la facultad de Ciencias.
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Entrada del Jardín Botánico “Doctor Faustino Miranda”. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Autor: Carlos Rommel Beutelspacher. |
Esta materia versaba sobre la morfología y anatomía de las plantas vasculares. Como alumnos de este curso, los cuatro estudiantes que fuimos a Chiapas nos sentíamos muy ufanos de nuestra relación con el famoso investigador y profesor Miranda. Lo más notable de esta experiencia fue su continua mención acerca de las características de las plantas tropicales.
A veces se dirigía a nosotros para preguntarnos si recordábamos las plantas que él nos mostró en nuestro viaje por Chiapas. Ninguno de los cuatro se atrevía a decir que sí o que no. Evidentemente no teníamos el más remoto recuerdo del nombre y menos de la planta. Lo que sí hicimos fue memorizar sus nombres para no fallar en los exámenes. Debo confesar que recuerdo la originalidad del doctor Miranda al darnos su curso, ya que no empleaba libros de texto sino información que él nos dictaba en cada clase, mucha de la cual se basaba en sus observaciones de la flora mexicana.
Cómo se fue conformando la idea de hacer una tesis
La decisión sobre qué tema de tesis elaborar es importante, ya que es muy conocido el hecho de que la tesis es el primer escalón para desarrollar una carrera científica y también funciona a manera de tarjeta de presentación para buscar trabajo. Por este motivo, desde el principio de la carrera dediqué algo de tiempo a escoger el área de la biología en la que me gustaría trabajar y a buscar quien podría ser mi director de tesis.
Los tres temas que me interesaron fueron: sistemática de levaduras (enzimas), fisiología animal y bioquímica vegetal. Cada materia correspondía a un profesor del cual yo sabía algo de sus investigaciones y sus cursos habían sido de mi interés. Las levaduras me interesaron desde el primer año gracias a la invitación que me hizo el doctor Manuel Ruiz Oronoz para conocer su laboratorio y su proyecto de Levaduras en frutos y hojas de especies silvestres. También fui con él a varias excursiones en las que colectábamos muestras para aislar sus levaduras.
El doctor Ruiz Oronoz fue, sin duda, uno de los maestros que más influencia tuvieron en el desarrollo de mi carrera en la Facultad de Ciencias.
Mi interés por la fisiología animal nació al tomar el mejor curso que tuve en la carrera con el doctor José Negrete Martínez. En ese tiempo él era bastante joven, pero nos hizo entender lo que era la ciencia. Fue un maestro inquisitivo durante todo el proceso y eso fue lo que a mí me gustó.
Más que el tema, lo que me impresionó fue que usaba el método científico participativo. Al final de cada clase nos quedábamos con preguntas por investigar. Tan grande fue mi interés que me ofrecí a trabajar en las tardes en su laboratorio del Instituto de Enfermedades Tropicales. Me propuso trabajar en el tema de la transmisión neuromuscular con fibra única en ranas y ayudar en su laboratorio con otras actividades.
Se trataba de aislar solo una fibra… los nervios tienen muchas. La idea era ver la acción de las diferentes sustancias químicas en la transmisión neuromuscular. Pues ahí estuve, semanas, meses, y no podía y no podía. Todo tenía que hacerlo a mano… ¡había que tener un pulso…! y en realidad nunca pude. El proyecto fue un fracaso. Nunca pude aislar la fibra única y sí sacrifique muchas ranas en mis intentos.
Pero me ayudó estar en ese laboratorio tratando de resolver el problema, rompiéndome la cabeza… y claro, en ese tiempo yo no sabía nada de todo este asunto, ni mucho menos que existían equipos que permitían hacer esas delicadas disecciones. Lo que sí aprendí fue la importancia del proceso de la transmisión neuromuscular.
Y terminé, pero con una linda amistad con el doctor Negrete, que continuó hasta fechas recientes. Él se jubiló en la UNAM ya hace muchos años y ahora es profesor e investigador en Inteligencia Artificial en la Universidad Veracruzana. Y ahí me lo encontré otra vez.
En ese tiempo no existían los cursos de ecología y yo pensaba en la biología como una actividad ligada a investigaciones en laboratorios e invernaderos. La biología de campo no me atrajo durante la carrera.
El otro tema que me llamó mucho la atención fue el de bioquímica; lo enseñaba el doctor Roberto Llamas. Conocía su laboratorio en el Instituto de Biología, situado en la famosa Casa del Lago de la UNAM en Chapultepec.
Los ejercicios de laboratorio se hacían en este lugar y en ocasiones él nos hablaba sobre los estudios que llevaba a cabo con sus colaboradores. Uno de ellos era el del doctor Juan Roca Olivé, fundador de la enseñanza de la bioquímica en México, que trabajaba con enzimas del ácido ribonucleico (RNA) de las plantas.
Cuando llegó el momento de decidir sobre el tema de mi tesis, me incliné por el laboratorio del doctor Juan Roca Olivé en algún tema de la bioquímica Vegetal, después de una plática muy amena y amigable sobre varios temas en desarrollo.
Mi relación con el doctor Miranda se reducía a encuentros casuales en el edificio del Instituto de Biología, ubicado en el Bosque de Chapultepec, y posteriormente en sus nuevas instalaciones de Ciudad Universitaria (CU).
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Hace varias décadas, el instituto de Biología de la UNAM tuvo como sede la Casa del Lago de Chapultepec. |
El Herbario Nacional donde él trabajaba se hallaba en el segundo piso y el laboratorio de Bioquímica en donde yo hacía mi tesis profesional se ubicaba en el primer piso del mismo edificio. El cambio a CU fue drástico por las amplias y modernas instalaciones que tenía, en contraste con el atractivo sitio en la Casa del Lago, que ocupó el Instituto de Biología por muchos años.
También lo veía con cierta frecuencia en el laboratorio del doctor Ruiz Oronoz, al que llegaba todas las tardes -después de comer- al igual que el doctor Enrique Rioja (otro destacadísimo científico español que encontró en México su segunda patria) para platicar y tomar café. Escuchar sus conversaciones era un deleite por sus opiniones sobre la ciencia, la política o la Universidad.
Buscaba yo cualquier pretexto para llegar a esa hora a saludarlos, en espera de que me invitaran a compartir esos momentos, lo cual sucedía con frecuencia. El doctor Miranda me preguntaba por los avances de mi tesis con mucho interés.
Me recibí en 1956, con una tesis profesional en bioquímica titulada: Actividad ribonucleásica en la germinación del maíz. Sabiendo la importancia que estaba teniendo el estudio de las sustancias DNA y RNA, pensé que estaba ante una oportunidad para entrar en uno de los temas más interesantes de la biología de ese tiempo, y quizá también de abrir las posibilidades de obtener una beca de posgrado y hasta un futuro trabajo.
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