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Mi vida en las selvas tropicales

2. Médico o biólogo, una difícil decisión

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Mi decisión de estudiar biología fue de última hora. Desde secundaria y posteriormente en la preparatoria, había pensado en que me gustaría estudiar medicina, un interés que quizá fue fomentado por el hecho de haber tenido un excelente maestro en la secundaria del Instituto México, el profesor Javier Ibarra, quien logró realmente interesarme en todo lo relacionado con la vida. Además, en los inicios de los años 50 no se conocía, o por lo menos yo no sabía, de la existencia de la carrera de biología.

Posteriormente, al cursar el bachillerato en el Centro Universitario México (CUM), en el área de Ciencias Biológicas, unos amigos y yo formamos un pequeño grupo al que llamábamos de “investigaciones médicas”, porque a eso era a lo que queríamos dedicarnos; aunque obviamente nuestras reuniones eran más de carácter social que académico. Entre quiénes formábamos ese grupo estaban algunos médicos que ahora son famosos.

Por estos motivos, mis deseos estaban dirigidos fundamentalmente a formarme como médico, con un interés muy marcado por la investigación. Recuerdo muy bien la influencia que tuvo en mí la lectura de algunos libros, entre los que hubo uno que me impresionó muchísimo: Los cazadores de microbios, de Paul de Kruif.

Otro factor que influyó mi interés en estudiar medicina fue que muchos de mis amigos cercanos -con los que conviví desde la primaria hasta la preparatoria- habían elegido esa misma carrera, lo cual era un estímulo muy importante para decidirme a no buscar ninguna otra opción. De manera que hice mi preparatoria en el área médico-biológica, aún ignorando la existencia de otras carreras, ya que para mí la única otra opción era la de medicina veterinaria.

No obstante, se presentó un acontecimiento que tuvo un fuerte impacto en mí, y que provocó un cambio de decisión. Cuando nos encontrábamos al final del segundo año de preparatoria, un grupo de amigos fue invitado por un compañero a conocer las instalaciones de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en la Plaza de Santo Domingo, en donde él estudiaba.

Fuimos todos, con la promesa de que nos darían la oportunidad de asistir a la disección de un cadáver en el anfiteatro. Desde el momento en que llegué me di cuenta de que esto no era lo que a mí me gustaba ni lo que andaba buscando, así que cuando terminó nuestro recorrido salí bastante preocupado.

Siguieron semanas de mucha angustia, porque ya era tiempo de inscribirme en la Facultad de Medicina y aún no adoptaba una decisión. Así que empecé a explorar por qué otro tipo de carrera podría optar, de acuerdo con el bachillerato que yo tenía. La de veterinaria y la de químico farmacéutico biólogo me parecieron interesantes; sin embargo, no llenaban por completo mis expectativas.

Después, durante una reunión con varios de mis amigos, mientras platicábamos sobre mi interés por buscar otra opción de estudio, llegó a saludarnos Samuel Mariel, un compañero con el que habíamos compartido aula en la preparatoria, quien se sumó a nuestra plática y me preguntó: “¿Y tú que vas a hacer, Flaco?”, porque ese era mi apodo, el ‘Flaco’, y yo le contesté que aún no acababa de convencerme por ninguna carrera y que estaba pensando en encontrar una opción diferente.

De inmediato me dijo: “Pues vente conmigo, yo voy a estudiar Biología.” “¡Biología!, ¿y qué carrera es esa?”, le respondí. Él me explicó que se trataba de una carrera extraordinariamente importante, con muy poca competencia, y que casi todos los egresados obtenían muy buenos puestos en Petróleos Mexicanos.

Visité la Rectoría de la UNAM con la intención de preguntar sobre la carrera de biología y me indicaron que debía dirigirme a las instalaciones que la Facultad de Ciencias tenía en la avenida Ribera de San Cosme, que era el lugar en donde se encontraban las oficinas del Departamento de Biología.

Al llegar allí, esperé solo unos minutos y me condujeron con el doctor Manuel Ruiz Oronoz, que en ese tiempo era secretario de la Facultad de Ciencias y jefe del Departamento de Biología.

“Pásele joven”, me dijo de inmediato y empezamos a platicar. Sin ninguna prisa, sacó su cigarrito y me explicó detalladamente el plan de estudios de la carrera y también sus posibilidades de especialización.

Le pregunté si era verdad que había puestos asegurados en Petróleos Mexicanos para los egresados y soltó la risa. Me dijo que eso no era cierto, pero que sí habían dado puestos de trabajo a algunos biólogos que se dedicaban al estudio de microorganismos fósiles en rocas para ayudar a identificar posibles yacimientos.

Finalmente, me dio una copia del plan de estudios, que leí con interés. Encontré en él una serie de materias que me parecieron muy interesantes, como la de Raíces de Lenguas Indígenas, que fue una de las que más me impresionó. La conversación con el profesor Ruiz Oronoz y la lectura de esos documentos me permitieron definirme por estudiar la carrera de biología.

El doctor Ruiz me había informado que los cursos se impartían en la calle de Ezequiel Montes, a pocos pasos del Monumento a la Revolución. Ese mismo día fui a conocer el sitio. Para mi sorpresa, se trataba de una casona muy vieja y en malas condiciones, que había sido adaptada para tener pequeños salones de clase y laboratorios. Me enteré de que, dado el escaso número de alumnos, las instalaciones eran suficientes. Debo confesar que el lugar me pareció muy poco atractivo; sin embargo, no cambié de opinión y decidí optar por esa carrera.

Esta decisión fue importantísima en mi vida. Ya en casa, cuando dije a mis padres que no iba a ser médico sino biólogo, fue como si les hubiera echado un balde de agua helada. Sobre todo a mi madre, quien tenía la ilusión de contar con un hijo médico. Su mayor preocupación era en qué iba yo a trabajar.

Ante mi ignorancia de posibles trabajos, no hubo más remedio que decirle: “en PEMEX”. Con el tiempo fueron aceptándolo muy bien. Mi padre indagó por su cuenta, encontrando buenas referencias sobre la carrera. Recibí todo el apoyo en mi casa y comencé a estudiar biología.

 

Padres de Arturo Gómez-Pompa
Doctores Manuel Ruiz Oronoz y Faustino Miranda. Cortesía del Instituto de Biología de la UNAM.


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