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Mi vida en las selvas tropicales

Prólogo

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Una de las tradiciones más antiguas en la botánica mexicana ha sido la habilidad de estudiar y entender las plantas en el contexto de su ambiente humano. El Códice de la Cruz-Badiano, escrito poco tiempo después de la llegada de los españoles a Tenochtitlán; La Historia de la Plantas de la Nueva España, escrita por Francisco Hernández a finales del siglo XXVI; Las Noticias de Nutka escritas por Mariano Mociño en el siglo XVII, y los numerosos textos de Antonio de Alzate, contemporáneo de Mociño, transpiran un interés y un respeto profundos por los usos tradicionales de las plantas y por el conocimiento indígena del mundo natural.

Esa antigua y venerable tradición biológico-antropológica, esa convicción de que la construcción de nuestro conocimiento sobre el mundo natural es el legado de generaciones de campesinos, agricultores, recolectores, herbolarios que nos han precedido y han acumulado una profunda sabiduría sobre la naturaleza que nos rodea, es quizás el sello más distintivo de los grandes naturalistas mexicanos.

En esta autobiografía, Arturo Gómez-Pompa nos describe no solo la trayectoria de su vida desde la década de los años 50 del siglo pasado, sino también la historia de la botánica en México durante más de 60 años. Ameno, simple, modesto en su propia perspectiva de las cosas, Arturo nos cautiva con una narrativa hipnotizadora. Sencillamente, el lector no puede dejar el texto después de haber leído las primeras páginas. Con agudeza y con muchísimo afecto, van desfilando en todo detalle las grandes figuras de la ciencia en México durante la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI.

La deslumbrante figura de Faustino Miranda aparece desde el principio en toda su inmensa dimensión intelectual, y subraya una vez más el enorme legado del exilio español a la ciencia mexicana. Gradualmente, el texto va sumando las contribuciones de grandes biólogos mexicanos como Francisco Giral, don Miguel Álvarez del Toro, Enrique Beltrán y Efraím Hernández-Xolocotzi, dentro de una detallada y larga lista.

En estos primeros capítulos Arturo nos narra con gran humildad su desconocimiento inicial de la riqueza florística de México y, con un lenguaje sencillo y gran sentido del humor, nos cuenta cómo se metió a hacer estudios como recién graduado para los cuales, según él, no tenía preparación alguna. En realidad, el texto es una narrativa entrañable y fascinante de cómo se forma un científico, con osadía juvenil, al inicio, seguida de un inmenso afecto y respeto por sus maestros, y una verdadera pasión por aprender y desentrañar los misterios del mundo natural.

En el texto, el reduccionismo de la ciencia básica se da la mano con los grandes acontecimientos políticos del siglo XX. Magistralmente, el texto nos hace cambiar nuestro foco desde los intentos por reconocer las flores microscópicas de las dioscóreas hasta la ebullición social en las universidades mexicanas durante las protestas de 1968, desde los chapines usados por los chinamperos para germinar semillas hasta un extraordinario viaje a China en 1973, en pleno descongelamiento de las relaciones diplomáticas entre oriente y occidente. Sólo los grandes científicos, creo yo, son capaces de ver las cosas a escalas tan diferentes en el mundo natural y darse cuenta de que, o todas estas cosas tienen sentido simultáneamente, o nada en realidad lo tiene.

Así, a lo largo del texto, Arturo va construyendo una descripción humana, amena, y sobre todo fascinante de una de las trayectorias más notables de la ciencia mexicana. Tejiendo magistralmente una red de conexiones, nos cuenta de su amistad con Gonzalo Halffter, José Sarukhán, Javier Chavelas, Miguel Ángel Martínez Alfaro, Gastón Guzmán, Jerzy Rzedowski, y de su entrañable afecto hacia Alfredo Barrera. Nos cuenta de sus alumnos, de sus colegas en la UNAM, y de sus esfuerzos por crear instituciones: La Reserva de los Tuxtlas, el Instituto Nacional de Investigaciones sobre los Recursos Bióticos (INIREB), el UC MEXUS y la Fundación México-Americana para la Ciencia. Algunos momentos conflictivos y tristes de la historia de las ciencias ambientales en México surgen en la biografía explicados con detalle pero sin rencores y de manera sencilla.

El conflicto más sobrecogedor, en mi opinión, surgió cuando el gobierno federal inició un proyecto para colonizar la cuenca del río Uxpanapa, que era en aquellos años un área totalmente cubierta por selvas altas en perfecto estado de conservación. El programa incluía una acción de deforestación masiva mediante un programa de desmonte con maquinaria pesada, en beneficio de empresas madereras, para luego reubicar en los sitios talados a un grupo de campesinos mazatecos y chinantecos, cuyas tierras estaban por ser inundadas por la construcción de la presa “Cerro de Oro”, en Oaxaca. Arturo nos cuenta cómo organizó una protesta de académicos mexicanos en contra del proyecto, y cómo la discusión acabó en las oficinas del Presidente de la República, Luis Echeverría, quien tomó la decisión de llevar el proyecto adelante.

Todos los ecólogos mexicanos hemos oído de la tragedia del proyecto del Uxpanapa y de la participación destructiva de la Comisión Nacional de Desmontes, afortunadamente ahora difunta. Pero Arturo Gómez-Pompa convierte en sus memorias esta lacerante derrota en una victoria moral: “Hasta la fecha, la región de Uxpanapa sigue siendo un problema activo. La pobreza continúa, las majestuosas selvas prácticamente desaparecieron, el paraíso agropecuario prometido no llegó. […] Las recomendaciones que hicimos hace más de 35 años siguen siendo válidas, no sólo para Uxpanapa sino para las escasas regiones selváticas que aún tenemos en el trópico mexicano. Uxpanapa, sin lugar a dudas, fue el inicio real de lo que llamaríamos la ecología política en México.”

Así, de batalla en batalla, de desafío en desafío, la biografía va desgranando la historia de lo mejor de la etnobotánica y la ecología mexicanas, y nos enseña cómo a partir de sus datos, sus ideas, su ciencia, una persona puede proponerse hacer del mundo un lugar mejor. Cuando Arturo Gómez-Pompa comenzó su carrera, los etnobotánicos y ecólogos mexicanos podían contarse con los dedos de una sola mano. Hoy, ambas disciplinas tienen miles de graduados que trabajan en universidades y centros de investigación en todo el país, y buena parte de esos graduados son descendientes directos de la escuela intelectual de Arturo Gómez-Pompa.

Pero no sólo es necesario saber luchar para poder avanzar en estas disciplinas; también es necesario tener ideas brillantes y ser innovador y pionero. En 1955, sólo dos años después de la publicación de la estructura del DNA por James Watson y Francis Crick, Arturo Gómez-Pompa estaba haciendo su tesis en biología molecular estudiando la actividad ribonucleásica en la germinación del maíz, un trabajo realmente de frontera en el que exploraba los mecanismos de expresión génica en plantas cinco décadas antes del inicio de la genómica moderna.

A mediados de la década de los años 70, el INIREB, recién fundado por Arturo, tenía como líneas fundamentales de investigación las floras electrónicas, la percepción remota a través de imágenes satelitales, la cartografía digital y la modelación matemática de la dinámica de los ecosistemas. Con computadoras primitivas y escasos recursos, bajo el liderazgo de Arturo Gómez-Pompa los investigadores del INIREB se habían adelantado tres décadas al desarrollo de las modernas bases de datos electrónicas aplicadas a entender los recursos naturales y el cambio ambiental global.

Cuando Arturo Gómez-Pompa impulsaba las primeras Reservas de la Biosfera en México y lideraba al mismo tiempo acciones internacionales dentro del programa MAB de UNESCO para proteger el ambiente global, ya hablaba de programas de conservación con las comunidades indígenas y campesinas, de enfocar la conservación de los recursos bióticos a nivel de grandes biomas, de desarrollar un programa internacional de conservación ecológica que asegurara la protección del entramado de la vida a nivel planetario.

Cuando en 1972 publicó con sus estudiantes un artículo en la revista Science sobre la naturaleza no-renovable de las selvas tropicales, ya estaba advirtiendo al mundo que la destrucción de las selvas podría poner al planeta en peligro. Dos décadas antes de la Cumbre de Río, los puntos centrales del revolucionario acuerdo entre naciones ya eran parte cotidiana de los estudios y los planteos de Arturo Gómez-Pompa.

Baluarte de la etnobotánica mexicana, fundador de la ecología política, creador de instituciones sobresalientes, y, sobre todo, científico destacadísimo, México le debe muchísimo a Arturo Gómez-Pompa. Esta biografía es un testimonio vivo y apasionante de casi siete décadas de ciencia en México, pero es también una narrativa de amistades y afectos que muestra cómo un puñado de científicos apasionados por un ideal puede realmente transformar la realidad que los rodea. La construcción de una esperanza para el planeta, nos enseña Arturo Gómez-Pompa, empieza con acciones tan sencillas como aprender a identificar las pequeñas flores de las dioscóreas.

Exequiel Ezcurra Real de Azúa


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